lunes, 14 de diciembre de 2020

Cuarto Acto - Por: Alejandro García Rueda

El poder de las historias.-



(Nota: Los nombres de los personajes mencionados en la primera parte del texto han sido cambiados para proteger sus identidades).


Iba caminando por la calle, mirando de frente con la mente en lo suyo, abriéndose paso entre la gente antes de parar en seco al llegar a la esquina. ¡Hola! Compré el Espresso y leí lo que escribiste ¿Estás de vuelta?, preguntó Inés con la curiosidad por delante.


De vuelta al mundo terrenal, el autor de la presente cambia por completo su faz, sonríe y asiente: Sí, efectivamente ahora estoy ahí, respondió con cierta satisfacción.


¡Ni se te ocurra dejarlo, vas muy bien! ¡Te voy a estar siguiendo!, exclamó aquella mujer mientras cruzaba la acera.


Este no es un relato nacido del ego o de la vanagloria; es en realidad el reflejo de una realidad con la que, quien suscribe, se ha topado desde que retornó a los medios impresos, pero también es un ejemplo del poder que tienen las historias y de la importancia que adquiere saber contarlas.


Nota: Los hechos descritos a continuación son completamente ficticios y son presentados únicamente con fines ilustrativos, educativos y/o de información general. Toda la información es publicada de buena fe; cualquier parecido con personas, ya sea vivas o muertas, o con hechos reales es mera coincidencia.

Las opiniones o puntos de vista expresados en este texto no representan necesariamente la posición oficial del medio en el que se publican.


Otro ejemplo a continuación:


En redes sociales se viralizó un video en el que una mujer relataba el momento en que encaró a un hombre para pedirle que abandonara una marcha feminista por el mero hecho de pertenecer al género masculino. El sujeto presuntamente respondió de manera agresiva y no se trata de justificar su actitud ni mucho menos; sin embargo, valdría la pena detenerse a reflexionar un poco, sobre todo porque no se cuenta con un antecedente de la historia de este personaje.


Quedándonos con la primera parte de la historia, primero se limita el espíritu de lucha consustancial a un movimiento legítimo y segundo, se fabrican culpables express, otorgando de facto una pesada condena contra alguien que quizá tuvo una hija que fue víctima de feminicidio, una madre que ha vivido violencia doméstica o una sobrina que cayó en la trata de mujeres para su explotación sexual. Tal vez esta persona tuvo el valor de asistir para tratar de darle voz a la mujer que amaba y en el camino se encontró con una persona que le dijo “Tú no puedes hacerlo porque eres hombre”.


En una causa tan particular, se entiende que quienes forman parte del género femenino puedan ser compañeras, que posiblemente puedan tomar como suyo el sufrimiento de otras mujeres pero el dolor recae completamente en quienes conocieron a la víctima, en quienes compartieron sus gustos, sus aficiones y sus sueños. Quizá aquél hombre se presentó por una hermana, por una esposa o por una tía. Él pudo haber tenido conocimiento de sus grandes aspiraciones, de la alegría que despertaba en ella escuchar cierto tipo de música o las pequeñas cosas que le hacían particularmente feliz.


Si tomamos en cuenta “la otra cara de la moneda” encontraremos que el sujeto sí tenía derecho a salir a la calle para gritar su nombre ¿Cómo reaccionaría si le dicen que no puede manifestarse por alguien que ama?


En ambos casos la historia es efectiva. No solo es capaz de posicionar la imagen pública de una persona, también poner sobre la mesa otro tipo de agendas y resulta ser un excelente instrumento para incrementar el nivel de conocimiento público y conectar con los ciudadanos.


¿Quiere saber cómo conectar una buena historia? Lo espero en la siguiente entrega.









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