lunes, 22 de febrero de 2021

10 años de Don José E. Iturriaga en nuestra memoria - Por: Selene Iturriaga



Ha sido una década muy larga desde que nos despedimos de Don José E. Iturriaga, parece un mundo muy distinto el que habitamos ahora de ese que él con tanta pasión analizaba. Después de un año como el que hemos vivido, no dudo de que muchos de los que tuvimos el privilegio de estar cerca de un hombre de su clarividencia y sabiduría, nos estemos preguntando qué pensaría de todo lo que ha pasado en estos diez años desde su partida. El planeta en crisis, los cambios en la configuración de nuestras sociedades, las mezquindades de la política y lo poco que se ha avanzado en disminuir la injusticia. No acabar con ella, como él mismo decía, es simplemente una utopía o una falacia lingüística; pero sí luchar hasta las últimas fuerzas porque la injusticia intrínseca al sistema en el que vivimos sea cada vez menos. 


¿Qué pensaría de todo lo que estamos viviendo desde el año pasado? Un hombre tan hecho a la pragmática y al optimismo, que nunca dejó que las ideas y las acciones se estorbaran, estaba del lado de ambas. ¿Pensaría que estamos llegando a un punto límite, que no hay soluciones claras? En sus pláticas largas y apasionadas repetía algunas cosas cada vez que se daba la ocasión: conocer la historia, aprender de ella, no solo como dice el clásico para evitar que se repita, sino incluso para entender que hay procesos que suceden una y otra vez, que las sociedades enfrentan periodos de estabilidad y de crisis, construcción y destrucción van de la mano en la historia del hombre. Entonces la historia nos sirve para entender que lo que pasa ya ha pasado antes de formas similares y que otras personas, de las que nosotros provenimos, estuvieron ya ahí en el lugar donde nosotros estamos ahora. 


Su idea de conocer la historia no era la de un coleccionista de datos, era una de sus grandes pasiones que atesoraba de una forma muy vívida, contaba todas las etapas de la historia nacional con la intensidad de quien habla de los recuerdos de su propia familia. Los personajes que construyeron este país eran para él como viejas amistades que salen recurrentemente a relucir en las sobremesas que se alargan. Las voces de la historia tenían gran importancia para él justo porque enseñaban, los ejemplos buenos y también los malos, esos caminos por lo que se ha transcurrido y que no han llevado a nada bueno es necesario conocerlos bien para poder evitarlos a tiempo. 


Seguramente recordaría la pandemia de hace un siglo cuando él era niño, sin duda sabría decirnos cuánto de lo que hoy vivimos ha sido ya visto por la humanidad en su historia tan relativamente breve en el planeta. Nunca como ahora es útil recordar que nuestras vidas no están aisladas unas de las otras, sino que son cadenas que nos conectan con lo que ha pasado hace cientos de años o milenios, y de la misma forma, nuestras acciones determinan mucho de lo que pasará hacia delante con los que vengan después de nosotros. El valor de la memoria es inmenso, no solo de la propia, sino de la memoria histórica que nos permite vivir lo que han experimentado los otros en el mismo lugar en el que ahora estamos, o en otros rincones del mundo, que al final es el mismo mundo. 


Don Pepe hablaba de sí mismo como un humanista, convencido de que el espíritu humano estaba destinado inevitablemente a la evolución y la grandeza. “No estamos hechos para reptar como las víboras -decía- no podemos arrastrarnos por la vida”, con la espalda recta y la frente en alto, siempre mirando hacia arriba a un horizonte abierto y amplio. Se lo decía a todos los que en su larga carrera de mentor intelectual influyó y formó, como la arcilla, diría él, que se hace sólida como debe ser el carácter de un hombre. Estaba realmente convencido de que quien accedía al conocimiento no podía mirar atrás, quizá porque así eran las cosas desde su perspectiva: las personas, las instituciones y los estados no tenían más opción que ir hacia adelante, el desarrollo es el motor que mueve el ingenio humano. No podría haber mejor forma de ver el mundo para un diplomático, llegar a las mesas de negociación y debate con la premisa innegable de que todos ahí querían avanzar y que solo bastaba con ponerse de acuerdo en los detalles. 


Difícil ver el mundo actual desde esas convicciones. ¿Cómo podemos pensar en la vigencia del pensamiento de un hombre como José E. Iturriaga en estos tiempos? Quizá la mejor manera es volver sobre sus mismos pasos, revivir sus pasiones como si estuviera de nuevo a nuestro lado, hablando fuerte y gesticulando con ambas manos, riendo un poco de lado con las frases y los personajes que más le fascinaban. Volver sobre sus pasos nos permite asomarnos a su vida, el transcurso que vivieron los hombres y las mujeres del siglo pasado: la niñez en la pandemia, la juventud en la crisis económica, los hombres jóvenes en los tiempos de la guerra, luego, la amenaza nuclear sobre el mundo entero dividido en bloques y dominado por dos potencias. El fracaso de los modelos económicos, el hambre, la injusticia, la corrupción como regla. ¿Cómo hacía Don José a sus más de noventa años para seguir creyendo en la grandeza del hombre que había visto durante toda su vida destruir a su paso todas las utopías?


“Pórtate bien y habrá un pillo menos” No era un hombre ciego, ni uno que fingiera que no veía los grandes problemas, sabía de memoria los años y las cifras de las grandes injusticias, entendía muy bien los mecanismos de la mezquindad y la avaricia, veía el poder también como fruta podrida. “El poder es para servir, no para servirse”, decía frente a quien sea, sobre todo cuando algunos personajes que debían escucharlo estaban cerca. Imposibilitado para la fe, como él mismo se definía, era un hombre que creía con una fuerza inusitada. Quizá una buena forma de enfrentar estos momentos difíciles sea volviendo a la memoria de los grandes hombres, su motor interno, el ejemplo que nos dejaron para seguirlos. Don José fue un hombre que sirvió sin servirse, congruente con sus acciones. A 10 años de su partida es un gran privilegio poder recordarlo vivo, rememorar sus palabras y sentir que podemos encender todavía el faro de su pensamiento para alumbrarnos en estos tiempos oscuros en que parece que desaparece el camino.


El año pasado hemos despedido también a uno de los grandes amigos de la Biblioteca de Don José, el abogado Edgar Vázquez, sirvan estas líneas para recordarlo también a él y pensarlos a ambos en una sobremesa interminable en la que podemos verlos, como en tantas tardes cálidas en Coatepec, cuando las conversaciones fluían por la historia, la geopolítica, la sociología moderna y la filosofía de los clásicos, para volver siempre sobre la mesa bien servida de delicias sencillas como los mangos y el café veracruzano. Vayan estas palabras hasta ese lugar de la memoria donde los preservamos.



Biblioteca José E. Iturriaga







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