lunes, 6 de enero de 2020

ESPRESSO CORTADO Gilberto Medina Casillas



El nacimiento de la Sociedad.

Primera de dos partes



(Imaginería descriptiva previa a los modos de producción)

[Visión panóptica del inicio de la sociedad humana con tintes de Rousseau y de Hegel.]



Los poderosos.



Desde el comienzo de la comunidad humana nos distinguimos. Nuestros ancestros eran los más fuertes, los más valientes y decididos, pues poseían nuestro talento distintivo: la determinación. Por ello, teníamos un alto grado de asertividad en las tareas principales, la caza, la pelea y el mando, lo que se constituyó en liderazgo y en forma concomitante, el control de los demás. Normalmente, mis ancestros, eran buenas gentes, justos, equitativos, digamos. Fue cuando los débiles comenzaron a tomar partido por uno u otro poderoso, ya venidos a jefes, cuando comenzaron los privilegios, la ostentación y el abuso. Se establecieron los cotos de poder y la servidumbre. Después, pérfida e inevitable, vino la guerra.



Los débiles.



Muy pronto nos dimos cuenta que entre nosotros había unos más fuertes, realizaban las tareas más difíciles y mostraban conductas arriesgadas, las cuales ninguno de nosotros, la mayoría, nunca nos atreveríamos a realizar. Salir a cazar con un valiente era, normalmente, regresar con buenas presas. Ninguno de nosotros tenía inconveniente que el fuerte se llevara a casa una mejor parte. Cuando la comunidad creció, tuvimos que decidir, cada uno de nosotros, en adherirnos a un líder, al cual hicimos jefe. Entendimos que nuestro jefe debía ser superior a los demás jefes por lo cual le dimos dignidad y respeto, rodeándolo de cosas buenas, a fin de que se distinguiera de los demás jefes. Servir a nuestro jefe nos nació del alma, fue como asumir una identidad colectiva bajo su tutela.



Los sagaces.



Nos fuimos dando cuenta cómo se iban formando los liderazgos y se asumían los roles de los fuertes y los débiles. No podíamos disputar la posición de los fuertes ni queríamos asumir la situación de los débiles, entonces, la intuición nos llevó hacia tareas de administración y enlace. Con habilidad nos convertimos en consejeros de los jefes y en influenciadores de los débiles. Los sagaces proveíamos de ideas a la comunidad, con las cuales, siempre, sacamos provecho propio.



Los hierofantes.



Visionarios, locos, iluminados, en realidad psicólogos primitivos, logramos ver los invisibles lazos. Cómo, las emociones, junto con las necesidades fisiológicas, definían el comportamiento de los miembros de la comunidad. Por este camino descubrimos que la muerte era la regente y la incomprensión del mundo, la piedra de toque. Percibimos así mismo que algunas plantas poseían propiedades curativas o venenosas, y otras, muy peculiares, influían en el modo de pensar y abrían caminos a la imaginación. No desdeñamos el culto a los antepasados, única certidumbre humana; e inventamos nombres para las fuerzas de la naturaleza, remontándolas al recién inaugurado espacio de la mente. En el cual se alcanzaba a rozar una idea vaga, imprecisa y radical: la espiritualidad.



Feliz veinte veinte.

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