lunes, 20 de abril de 2020

EXPRESO CORTADO Gilberto Medina Casillas Llevados por la concupiscencia. (Segunda de dos partes)



Conocer el mal es el requisito indispensable para pecar, para trasgredir las normas morales, y la concupiscencia es el instrumento psico moral que nos marca la ruta para la trasgresión y el pecado.

A partir de este momento diremos trasgresión o placeres deshonestos por su nombre, quitamos pues la connotación pecado, la cual sirvió para enmarcar la reflexión pero que a partir de ahora distrae la atención hacia algo que ya estará fuera de contexto.

La concupiscencia es latencia, es potencia y es motora. Es latencia porque está allí, en la hipófisis reposando, a la espera de una señal química. La potencia se refiere a la capacidad que tiene la concupiscencia de desencadenar conductas en pos de la obtención de placeres deshonestos, provocando cuadros conductuales eficientes, comportamientos asertivos.

Que la concupiscencia mueve, echa a caminar los actos que se convertirán en placeres deshonestos, mediante mecanismos de resiliencia ante la culpa posible, que por el arte del Birlibirloque, la concupiscencia desaparece las consideraciones de la decencia y respeto al ser interno, conduce a sus víctimas, desde la voluntad del recipiente humano donde se haya subsumida.

Como podemos darnos cuenta, la conscupiscencia está sembrada en nuestras ‘mentes’, en nuestras manas, es un concepto más preciso. (“Manas = mente sensorial, mente inferior, dentro y exportador de impresiones sensoriales, manas controla los 0 sentidos: hablar, agarrar, moverse, procrear, eliminar y escuchar, tocar, ver, probar y oler.)”

Cuando la conscupiscencia se apodera de los sentidos y los lleva a sus niveles más sórdidos, viene la perversión y afloran los bajos instintos. Da la impresión de que las conscupiscencias, pues lo que las descubrieron dicen que son tres diferentes clases: la de la vista (o los ojos), la del orgullo y la de la carne. Y a partir de esta triada se desglosan como ramas de un árbol, las conductas concupiscentes.

Resulta obsceno describir tales conductas deshonestas, lo que nos importa es acercarnos a conocer la génesis y naturaleza de la conscupiscencia. Puesto que conocemos las manifestaciones de ésta y sus efectos en la vida de las personas, deseamos saber cómo llegó allí donde se halle ese adminículo psíquico que nos impele a la indecencia, a trasgredir la sana normalidad y mediante el abuso y la obsesión, cometer, con toda consciencia, actos deleznables que presuponen placeres.

Los libertinos, que así se han denominado por siempre, sufren del síndrome de Omar Khayan. Primero llegan a paraísos artificiales donde son recibidos por las huríes con lujo de vinos y viandas aromáticas. Los estados extáticos que la intoxicación les provoca, duran hasta que el alcohol etílico o su semejante, ejercen su dominación concupiscente, y los lleva por caminos de enfermedad, soledad e impotencia.

Las conscupiscencias cuando andan sueltas llevan al concupiscente a situaciones de horror encarnadas en sus comportamientos autodestructivos, que metafóricamente, lo arrojan escaleras abajo hacia la degradación, la humillación y la pena.

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