Eduardo Agama Zambrano recuerda siempre mucho a su madre. Eduardo estudió la carrera de Ingeniero Fitosanitario en la Universidad Católica de Quito. A estos profesionistas, nos decía Eduardo hace algunos años, cuando nos guio en el Chimborazo, les dicen de manera muy grosera en Ecuador, ingenieros en ca… Eduardo practicó el montañismo desde pequeño; un hermano de su mamá fue su inspiración.
Eduardo tenía 12 años y veía salir a su tío a la montaña. Cuando este regresaba se quedaba hasta altas horas de la noche platicando con su hermana de sus ascensos. Eduardo escuchaba las apasionantes aventuras de su tío. Estando en la montaña, platicó la aventura de su tío Rodolfo Zambrano en el Aconcagua de Argentina en los años setenta, quien realizó un ascenso en solitario por la recién abierta ruta de los polacos, que debe su nombre a que fue realizada por alpinistas de Polonia.
Rodolfo se internó solo en esta montaña, la más alta de América. Todo el recorrido lo había realizado por vía terrestre. La mayor parte del trayecto lo hizo en tren; fue un viaje eterno, tedioso y más cansado que el mismo ascenso. Desde entonces germinó en la mente de Eduardo la idea de llegar a subir la montaña más alta del continente.
La historia de su tío contada a su madre fue dramática, con sabor a muerte. Polacos ya no se utiliza actualmente, por ser muy inclinada; la breve escarcha que cubre parte de esta ruta casi para llegar a la cumbre, la hacen muy traicionera y resbaladiza, de acuerdo con lo que dicen alpinistas experimentados. Ahí pegan los vientos gélidos y poderosos congelando esta parte del Aconcagua. Rodolfo platicó que jamás y nunca había ascendido con condiciones tan traicioneras y cambiantes. Todo marchaba de maravilla, la nieve era porosa, los crampones y el piolet se enterraban a la perfección. Sin embargo, de manera repentina, una corriente con una frialdad brutal comenzó a soplar. El sol, que hasta ese momento era un tanto tímido, oculto detrás de negros nubarrones, salió de repente en todo su esplendor. Comenzó a escuchar un tronido extraño que subía, como si se quebraran vasos de cristal al ser aplastados. El terreno se comenzó a cristalizar. El sonido pasó debajo de donde él estaba y siguió de largo. Cuando trató de seguir ascendiendo, se dio cuenta de que estaba parado sobre una cuerda floja en el vacío. Sobre una capa de concreto blanco, con la dureza del acero, solo bastaba un ligero resbalón para precipitarse al vacío. Rodolfo pensó en un último deseo: morir de inmediato sin sufrir.
Lo que sucedió después fue algo difícil de creer. A sus espaldas, una voz le indicó que siguiera una línea amarilla que circunvalaba gran parte de la montaña. De reojo vio sobre su hombro la punta de un piolet, que le indicaba por donde poder seguir progresando. Muerto de miedo, le dio las gracias sin voltear a ver de quien se trataba. Siguiendo el rastro amarillo, llegó a la cumbre del Aconcagua. Encontró a unos alpinistas europeos, a quienes les platicó lo sucedido. Los españoles le dijeron que era el espectro de polacos y que la leyenda asegura que si hubiera volteado a tratar de verlo, hubiera caído al vacío de manera irremediable.
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