La luna es fiel testigo del amante
y también lo es de crueles desengaños,
algunos sí, los salva el tiempo en años
y de otros se mantiene vigilante.
La luna llena, en su fase más brillante,
por amar sin reservas ni regaños,
sonríe a las parejas sin sus paños:
“observa que se arrullan al instante”.
No hay renuncia al suspiro por la luna,
los unos, evocando su recuerdo,
los otros, siendo parte de la tuna:
Y, siendo yo, que vivo nada cuerdo,
a la luna suspiro por fortuna
pues unido a mi amor, las noches pierdo.
Pepe Soria
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