Austeridad Republicana
El peligro que representaba la infiltración de los pueblos bárbaros a Roma obligó al emperador Galieno a tomar decisiones tan impopulares como efectivas. En su intento por reforzar las legiones romanas tuvo que pactar con pueblos confederados; quiso favorecer al ejército en una amplia renovación estructural y para lograr su cometido tenía que excluir al senado del mando militar.
Naturalmente, dicha decisión no fue bien recibida. La lógica del emperador romano devino de la necesidad de contar con tropas expertas y no con gente que simplemente buscaba escalar puestos. El contexto del mandato de Galieno era el de un imperio al borde del colapso, convulso, caminando lentamente a un precipicio y aun cuando las medidas no fueron agradables, lo cierto es que compraron tiempo a la caída de Roma.
El emperador comprendió temprano que era un hombre de su tiempo, no del de sus predecesores. Hubo una época que permitía un funcionamiento relativamente estable del imperio porque no había bárbaros en las fronteras, se tenían condiciones para permitir cierto ascenso social pero el mando de las legiones quedaba en manos de gente con muy poca experiencia.
Galieno tenía muchos frentes abiertos, así que realizó un ejercicio pragmático al tocar intereses creados para salvaguardar el destino de su pueblo y, tal vez sin quererlo, sembrar lo que a sus sucesores les tocaría cosechar.
Las legiones quisieron levantarse, se generaron revueltas e incluso se creó una facción senatorial para enfrentar al emperador reinante pero pese a la tempestad política, de una manera poco ortodoxa se favoreció al pueblo llano romano.
A siglos de distancia, en una latitud con circunstancias distintas pero bajo el mismo principio, hay quienes tachan de locura y herejía que la actual administración federal maneje como una de sus principales políticas la “austeridad republicana”; claman crecimiento económico para un país cuyo talón de Aquiles es la distribución de la riqueza, pero pierden de vista el propósito del proyecto: poner freno a un eventual desastre.
No estamos, como comúnmente se dice, en temporada de “vacas gordas”; no obstante, tampoco tenemos en este momento un problema de “vacas flacas”; el nuestro no es el caso de Argentina, por poner un ejemplo. La lógica de la aplicación de la austeridad se sostiene en el entendido de recaudar ahora lo que vamos a necesitar mañana. Se traduce en palabras simples como el empleo de un modelo económico de salvación que, en caso de dar resultado, traerá un efecto de engrandecimiento, dentro y fuera del ámbito político a largo plazo.
La pregunta que toca hacerse es, si aprendimos la lección que nos dejaron las civilizaciones antiguas, si los últimos 80 años de vida política realmente nos beneficiaron y si queremos dejar de ser víctimas del síndrome de Estocolmo que no nos permite ver la diferencia entre los procedimientos encaminados a conseguir alguna clase de beneficio para todos y los que a través de la opresión velada solo buscan atesorar el poder.
La experiencia nos ha enseñado bastante bien. Usted y yo sabemos quién está pensando hoy en términos de justicia distributiva y rentabilidad y quién está viendo las cosas desde la opresión y el acaparamiento.
Lo cierto es que la diferencia que hace la política de austeridad no está en la producción de riqueza que se puede generar hoy, sino en el mayor beneficio que puede encontrar la gente el día de mañana.
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