lunes, 28 de septiembre de 2020

Cerca del Cielo Por: José Ramón Flores Viveros

 Andrés Delgado, a 14 años de distancia



Cuando Andrés se despidió de su familia eran finales de septiembre de 2006. Partía rumbo a la India para enfrentar un reto colosal, tal y como le gustaba como alpinista profesional. El nuevo desafío era el Changabang, de la cordillera del Himalaya Indio, una montaña muy difícil de escalar, peligrosa y traicionera, con categoría de montaña asesina, como el K2. Andrés lo sabía y era uno de los retos perfectos para su filosofía de buscar siempre lo difícil, lo poco común. Ver a sus hijos Iñaki, de tres años, y Amaya de uno, llorando, le partió el alma. Christine, su esposa, con su silencio mostraba preocupación por la peligrosa profesión de su marido. Vivían en Valle de Bravo.


Alfonso de la Parra, también mexicano, había aceptado finalmente, con muchas dudas y temores, la invitación de Andrés para ser los primeros mexicanos en esta remota montaña. Ricardo Torres Nava, después de la misteriosa desaparición de los alpinistas en el Changabang, me comentó que, en un inicio, Alfonso no quería ir a esta expedición, y que Andrés lo convenció de acompañarlo. Que ambas familias se habían distanciado -aunque no lo manifestaban abiertamente- y la familia de Alfonso culpaba a Andrés por lo sucedido. Expresaban el clásico: “Si Andrés no lo hubiera invitado”.


Aunque es difícil aceptarlo, hay situaciones de la vida que no pueden ser calculadas, ni modificadas, que ya se encuentran trazadas, algo que escapa a la comprensión humana. Muchas veces una situación inesperada nos salva la vida. Pero, es un hecho que de lo que huimos es a lo que tenemos que enfrentarnos. Andrés nunca huyó de nada, sabía cuál era su destino. Su ideal de libertad era muy claro y en alguna ocasión me dijo: “¡José Ramón, si me metes a una oficina, me muero de tristeza!”. Citaba frases muy padres. Una de ellas era de Viktor Emil Frankl, superviviente del holocausto nazi: “El hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído”.


Era la madrugada del 11 de octubre en México, Alfonso se comunicó por teléfono con su esposa Lenny y le confirmó que habían logrado la cumbre con Andrés. Estaban deshechos por el esfuerzo, pero también muy contentos. Era un ascenso histórico, los primeros mexicanos en la cumbre del Changabang. Alfonso le pidió a su esposa que lo comunicara con sus hijos que dormían. Ella le pidió que les llamara después. Después de esta llamada, jamás y nunca se volvió a saber nada de los alpinistas mexicanos. Sus cuerpos nunca fueron encontrados y siguen siendo considerados como desaparecidos.


Esta montaña es frecuentemente barrida por brutales avalanchas. No es difícil conjeturar que Andrés y Alfonso debieron ser prácticamente desintegrados de la montaña, por una violenta y feroz avalancha, propias de esta montaña, de proporciones fuera de toda imaginación. El mes que entra se cumplen ya 14 años de esta triste historia. Tengo muy presente que, a finales de septiembre de ese mismo año, tuvimos una breve charla, donde acordamos una conferencia en Coatepec. A Andrés le encantaba venir a nuestro pueblo mágico. “¡José Ramón regreso a finales de octubre, voy a Coatepec, aunque estaré en un lugar remoto de la India, cualquier cosa, te comunicas con mi hermano Santiago!”. Jamás imaginamos que era nuestra última conversación.

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