El tema de la pandemia por COVID-19 es verdaderamente alarmante. Aunque pareciera reiterativo, debemos tener en cuenta que ya es un problema de salud pública grave, que sigue aumentando la estadística de contagios y que, lamentablemente, sigue cobrando vidas de familiares, amigos y conocidos.
Cuando los gobiernos, en este caso, estatal y municipal, han emitido y replicado las alertas sanitarias encaminadas a conminar a la gente a permanecer en sus casas, a no salir, a usar cubrebocas en la calle y a respetar todas las medidas sanitarias recomendadas, y aun así, la gente no entiende y sigue contraviniendo tales disposiciones, entonces… ya no es culpa del gobierno.
Además del consecuente aumento en el número de personas fallecidas a causa del virus, el crecimiento de los contagios viene acompañado por el riesgo de una saturación en el sistema de salud pública, pues se acerca o rebasa la capacidad instalada. La situación resulta particularmente preocupante pues la disponibilidad de las camas con equipo de asistencia a la respiración ya se encuentran ocupadas.
Es inevitable señalar que, en buena medida, el visible y disparado aumento de los contagios, responde a la relajación de las medidas de prevención por parte de los ciudadanos, la indiferencia y la inobservancia de los cuidados prescritos.
Las festividades patronales y tradicionales, como el próximo 14 de febrero, son altamente riesgosas si se toman a la ligera. Pues está demostrado que las aglomeraciones de personas, o simplemente el contacto entre una persona contagiada, asintomática o que ignora ser portador, con otra persona vulnerable es suficiente para propagar el virus, el cual se multiplica en escala exponencial.
Las cifras críticas que muestran las estadísticas del aumento de contagios, tan solo en Coatepec, muestran tal aseveración, derivado de las festividades decembrinas que se tomaron a la ligera y que se hizo caso omiso a las recomendaciones.
Resulta innegable que los ciudadanos experimentan hartazgo, fatiga y secuelas psicológicas por el distanciamiento social y el trastrocamiento de sus actividades cotidianas; mientras que la actividad económica y, en particular el sector turístico, junto con los comerciantes formales e informales, han sufrido los estragos de las restricciones en forma de severas pérdidas financieras que a no pocos los ha llevado a la quiebra. El cierre del centro complica más aun el tema.
Con todo, está claro que la mayor pérdida, es la de vidas humanas, por lo que es necesario llamar a la población, a todos los ciudadanos, a hacer conciencia y a extremar precauciones, restringir sus actividades a las estrictamente necesarias y observar las indicaciones de las autoridades. De persistir las actitudes indolentes, tercas y hasta desafiantes frente a la emergencia sanitaria, no sólo se incrementará la cantidad de víctimas mortales, sino que se prolongarán las indeseadas restricciones.
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