lunes, 8 de febrero de 2021

EXPRESO CORTADO Gilberto Medina Casillas

Movilidad Social ¿Con qué se come?



La movilidad social es un concepto fundamental en cualquier modo de producción y cuales quiera que sean las relaciones de producción en un país o una región del mundo. Es la capacidad individual de ‘moverse’ de una situación de menos bienestar a otra, con mayor bienestar. Consiste en el mejoramiento de su manera de vivir, con acceso a los bienes y servicios necesarios y deseados para provecho. La movilidad social refleja, así, la salud y dinamismo de una economía política.


En el México de los años 1950 algún académico llegó a decir: “el hijo de la que vende chicles, venderá chicles”, es un símil un tanto torpe, pero muy indicativo. Esta es la inmovilidad social, el hijo del ejidatario, cultivará la parcela familiar y su hijo y el hijo de su hijo, lo mismo harán. Esta continuidad de ‘clase’, es permanente en un sistema de economía política dividido en clases sociales, donde cada miembro tiene las mismas oportunidades que sus predecesores y asume, mayormente, los mismos roles, según la clase a la que pertenece. Así, los pobres siguen siendo pobres y los ricos pues, pudientes. 


Los pobres viven de su trabajo y los ricos de su dinero. Sigue siendo así, pero la movilidad social después de la revolución, a partir de 1922, digamos, evolucionó lentamente. A lo largo del siglo XX se fue matizando la marcada diferencia, (denominada burguesía y proletariado conjunto al que en México se le suman los campesinos) dando origen a la clase media (pequeña burguesía, en el viejo esquema), que ahora sustenta el premio a la movilidad social.


¿Cuáles son los factores que permiten o impulsan la movilidad social? El primero de todos (aunque hoy tiene sus ‘asegunes’, como después veremos) es la educación. Concebida por Narciso Bassols como la “palanca del desarrollo”. El segundo y, muchas veces, concomitante, es el trabajo especializado. El tercero, estamos hablando de México país, son los negocios, incluyendo fabricantes en pequeño y, comerciantes. Aquí se han incrustado los desempleados, mediante el comercio informal callejero y el narcomenudeo. El cuarto y, no menos importante, es la política ligada al servicio público. 


Se supone que, en una sociedad igualitaria, la trilogía: capacitación, trabajo, ingresos, produce bienestar. Este esquema debería regir la movilidad social. En teoría lo hace, en la realidad, asume situaciones complejas. Hay personas aptas que no logran capacitarse, personas capacitadas quienes no obtienen trabajo o lo hallan muy por debajo de sus expectativas; muchas personas sin empleo, todo esto repercute en la difícil obtención de ingresos y, por ende, en bajos niveles de bienestar. Más del cincuenta por ciento de la población en México tiene bajos ingresos, que le permiten, apenas, la supervivencia. 


Una amplia investigación llevada a cabo por el ‘Centro de Estudios Espinosa Yglesias’, nos ofrece los resultados muy claros en 2019: ‘La movilidad social en México aún es baja.  Esto indica que la falta de movilidad social en gran medida se puede atribuir a la desigualdad de oportunidades. El origen de cuna marca, en buena medida, el destino de las personas. Sabemos que nacer en pobreza, en una zona rural aislada, ser mujer, ser indígena o tener tono de piel más oscuro limita las posibilidades de movilidad social ascendente de las personas. Ahora, a la acumulación de desventajas, hay que sumar que las opciones de movilidad social son muy desiguales entre las distintas regiones del país y, por lo tanto, el lugar en donde se nace resulta determinante’.


Como leemos, la desigualdad de oportunidades determina la baja movilidad social. Y mientras la estructura económica continúe igual, la movilidad social no mejorará. Veamos los indicadores y las cifras en nuestro país: ‘74 de cada 100 mexicanos que nacen en la base de la escala social, no logran superar la condición de pobreza. La movilidad educativa ascendente desde la base de la distribución, aunque es alta, resulta limitada: los hijos de los padres con los mayores niveles de educación alcanzan la formación profesional a una tasa doce veces mayor que los hijos de los padres sin escolaridad. La persistencia en los extremos de la distribución económica es alta: 47 % de los hijos de padres con orígenes más desaventajados permanecen en esa posición en su vida adulta, mientras que, en el extremo opuesto, 54 % de los hijos se mantendrán entre los ricos’. 


‘En lo que se refiere a cuestiones de género, se observan diferencias significativas: los resultados muestran que las ventajas o logros que alcanzan las mujeres son más limitados que los de los hombres con condiciones de origen equivalentes, y se agudiza cuando parten de posiciones menos favorables. Si una mujer nació en condiciones de pobreza, tendrá menos probabilidades que un hombre de escapar de esta. Asimismo, si sus padres tienen bajos niveles educativos, tendrá más probabilidades de quedarse con baja educación que un hombre’. 


La diferencia persistente en los ámbitos de oportunidades impacta la desigualdad económica en, al menos, 48 %. (O sea que la pobreza se debe a la falta de movilidad en la mitad de los casos).


Desde mi punto de vista, el grado de la movilidad social refleja el nivel de desarrollo humano, actual y posible, el cual está, en estos días, determinado por una economía capitalista en crisis por la pandemia, que acondiciona, por su naturaleza basada en la acumulación del capital, una estructura de dominación clasista. [¡Ay, perdón!, estos términos ya no se usan, pero, pensándolo bien, no sé quien decretó que la lucha de clases ha desaparecido]. Con un gobierno connivente que adolece, además, de crisis administrativas, impericia y falta de respeto a la ley y a las instituciones, debemos, creo yo, buscar, políticamente, opciones económicas y culturales que amplíen las oportunidades hacia aquellos que están atrapados en la inmovilidad social, sumergidos en el repetitivo círculo infame de la pobreza.



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