Diálogo Celestial después de la Final. (II y última parte).
Kaliman: Me pasó lo mismo Gato, me quedé helado cuando vi como sujetó Muciño a Félix Torres, defensa de Santos, para bloquearlo. Aun cuando quería unirme al festejo, Torres exigía al árbitro, la revisión de la jugada, incluso mostró un claro rasguño en uno de sus brazos. La Divinidad había sido muy clara al respecto. No intervenir en ninguna jugada, romper estas reglas puede ser de consecuencias inimaginables, no se puede alterar la historia terrenal. El castigo puede ser también muy grave: ser enviado al infierno mismo. La orden fue tajante; se nos prohibió tomarnos de las manos, ya que esto crearía una energía terrenal, tal y como si estuviéramos vivos. Ahora comprendo las miradas que cruzaron Bustos y Muciño en aquella charla, donde se discutió con el Poder Superior, un permiso especial, para poder estar en la tierra, en la cancha del Estadio Azteca. Debimos imaginarlo. Juntos un goleador implacable, con un delantero apodado El Gambetero Diabólico.
(Comentario del columnista): Irreverentes por naturaleza. Las reglas divinas, no fueron diseñadas, para tipos como Bustos y Muciño siempre irreverentes y astutos. Dispuestos a ir al mismísimo infierno. Más cuando estaba en juego un campeonato de liga. El VAR no encontró ninguna irregularidad arbitral en la jugada. El árbitro dio por bueno el gol, aunque algo le decía que había ocurrido un hecho inexplicable. Algo misterioso había ocurrido, aunque el video no había registrado nada extraño.
Cesáreo Victorino: Corrí a la esquina a felicitar al Cabecita, era el gol que rompía el maleficio de más de 23 años sin ser campeones. Sentí claramente cómo atravesé el cerco humano formado por El Cata, Romo, Santiago Jiménez, Aguilar, jugadores de banca, Bustos, Muciño, Kalimán, rodeaban al uruguayo, me uní al abrazo, rompimos nuestra condición inmaterial, pude sentir en mi cuerpo cómo se filtró el sudor de la playera del Cabecita en mi playera. Habíamos traspasado por microsegundos en el Cosmos, la barrera de la vida y de la muerte. Jamás se me olvidará la mirada del delantero uruguayo, una mezcla de miedo y asombro.
Bustos: Salí corriendo detrás del Cabecita como loco, esta alegría la comparo, cuando felicité a Muciño, después de la pared de taquito, donde cayó el tercer gol de aquella final histórica contra el América y quedó tirado después del encontronazo con el Pajarito. Aquí fue cuando volvimos a violar las reglas celestiales, ya qué más daba irnos al infierno. Después de 23 años de ayuno, de sueños rotos, ya nada importaba. Nada se compara con la victoria, con las mieles del triunfo, negadas a nuestra noble afición y también a los jugadores vivos y los que estamos en el cielo. Unimos nuestros cuerpos etéreos al goleador uruguayo. Pude volver a experimentar aquella explosión de alegría en cada uno de los tricampeonatos en los años 70.
Marín: En el tiro de esquina, en la agonía del partido y en tiempo de compensación, los espectros del pasado coparon la zona de acción de Corona. Como nunca el recuerdo de 2013, cuando Moisés Muñoz, metió el gol, para obligar los tiempos extras y los penaltis. El balón venía por todo lo alto, y me disponía a despejarlo de puños. La posición de un portero es lo más ingrato que pueda existir. En todos los errores, hasta el del último defensa, siempre existirá la posibilidad, de que el portero evite la catástrofe. Pero en la portería, los errores son goles la mayoría de las veces. Me quedé flotando cuando vi que Chui salió por la pelota por lo alto; vi la convicción y determinación en su rostro. Decidí quedarme a la expectativa, no tenía ningún caso intervenir. Además, cuando bajé la mirada, vi a Bustos y Muciño, en tareas de marca, y con la intención de hacer de las suyas. Afortunadamente, Chui se quedó de manera categórica con la pelota.
Kalimán: Solo restaban segundos y de manera increíble se armó la rebambaramba, en la siguiente jugada. Estuvo a nada de armarse una batalla campal. De verdad que ganas de repartir “sopapos” no me faltaron. Vi a un jugador de Santos en el suelo, por nada casi le tiro una patada. Aunque ya no pertenecemos a este mundo, me detuve por considerarlo una cobardía. El jugador se encontraba indefenso. Bustos, ya dispuesto a pagar el precio a sus graves faltas, recordando sus tiempos de boxeador, fue Campeón de los Guantes de Oro. Lo vi tirando golpes de manera seria y con maestría. Muciño, ni se diga, también era bueno para el trompo de manera callejera. Después de 10 minutos, las cosas se pudieron calmar. El árbitro indicó dos minutos más de juego. La agonía seguía, pero afortunadamente pasados 10 o 15 segundos, el árbitro pitó. La larga espera y la agonía habían terminado.
Columna dedicada a seguidores históricos de Cruz Azul en Coatepec -mi equipo del alma también- Fernando Jacome, Julio Sánchez, Apolinar Martínez, Galdino Mestizo, José Luis Gándara y Francisco López, El Místico.
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