lunes, 24 de agosto de 2020

DESDE EL AULA - Por: Profesor Julio Hernández Ramírez

 Las dificultades del tiempo que se vive hoy, provocan en los individuos una crisis profunda. En el horizonte parece que la luz se apaga, los temores son muchos y las preguntas sin respuesta asaltan en cada momento. Los alcances de nuestro propio mundo se desdibujan y una sensación de desamparo e incertidumbre se hace inevitable. Es cierto, la vida sigue y vivimos, y pareciera que “no somos el cuerpo que ha perdido su sombra, sino la sombra que ha perdido su cuerpo. Todo ello terminará en que el hombre volverá a desear frenéticamente… un mundo” (José Ortega y Gasset). Si, un mundo donde podamos abrazarnos, un mundo donde podamos estrecharnos la mano, palmear la espalda, besarnos, convivir, buscar la soledad del propio yo en la multitud… ser felices.


Rotos los arcaicos moldes, la necesidad de buscar nuevos contornos se presenta como reto e implica la exigencia de adaptación rápida. Quienes tengan esa capacidad saldrán fortalecidos, quienes no, la incertidumbre, y su suerte será su destino.


En la confusión, una mirada al interior de uno mismo puede ser reconfortante, siempre y cuando se suelten las amarras del pasado y se deje de patinar en el auto reproche por errores cometidos, si se abandonan los temores por un futuro que no sabemos si llegará, para concentrarse en el presente poniendo el énfasis en la espiritualidad sin renunciar a la racionalidad.


La historia de la humanidad es pródiga en ejemplos de que en los periodos de crisis, por la transición de un modelo que se agota y otro que emerge, es posible encontrar importante áreas de oportunidad. Saldremos adelante; tal vez con una mirada diferente de nuestra propia existencia. Más empáticos, más solidarios y más tolerantes. La vida es breve y frágil. Vivirla con angustia y frenesí, es vivirla sin sentido.


Grandes emporios económicos han surgido en épocas de crisis. Este puede ser la oportunidad para reconocer y aceptar que, en esencia, todos somos iguales. Nacemos igual y todos nos abandonaremos en el sueño profundo de la muerte. De nada servirán títulos ni riqueza. Ahí se acaba el orgullo y la vanidad.


Jefferson, es el autor de esta frase: “Algunas personas creen que nacieron con espuelas y que otras nacen con una silla de montar en la espalda”. A quienes así piensan se les olvida que todos tenemos la misma dignidad. El desengaño resulta ser cruel.




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